La intimidad de los viajeros by Josan Hatero

La intimidad de los viajeros by Josan Hatero

autor:Josan Hatero [Hatero, Josan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Erótico, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2020-12-31T16:00:00+00:00


9

Yago Santos llevaba casi cuatro años viviendo en Kendal cuando a su madre le detectaron un cáncer de páncreas. Le telefoneó un viernes por la tarde para decirle que la operaban el siguiente lunes, apenas tres días después.

—Me acaban de llamar para decírmelo —le dijo—. Supongo que es grave.

Yago no reaccionó enseguida, no supo qué decir: esa bofetada cuando descubres que las cosas que parece que solo les ocurren a los otros también te pasan a ti: enfermedades, accidentes, rachas de mala suerte, dolor, la muerte siempre prematura de un ser querido.

—Mañana cojo un avión y voy para allí.

Estaban a mediados de mayo, apenas quedaba un mes de clases. Llamó al director de la escuela y le explicó la situación, que no podría terminar de impartir ese curso; le dijo que le enviaría los exámenes finales por correo electrónico.

Beth se ofreció a ir con él, pero Yago rechazó tajante esa posibilidad: ella estaba finalizando el tercer año de carrera y debía preparar sus exámenes.

—¿Cuánto tiempo estarás fuera? —le preguntó.

Vivían juntos desde hacía dos veranos. Por las mañanas ella cogía el tren hacia Lancaster, cada tarde él la esperaba en la estación, su presencia en el andén medía la puntualidad de los ferrocarriles. De vez en cuando hacían escapadas de fin de semana a ciudades extranjeras: Lisboa, Roma, Estocolmo, Copenhague, Ámsterdam, Viena. No habían dejado de verse ni un solo día desde aquel seis de enero en que ella le había esperado en el aeropuerto de Manchester con un cartel con su nombre, gafas de sol de espejo y gorro de chófer.

—El que sea necesario —contestó.

Pasaban las navidades con Lourdes y antes de fin de año regresaban a Kendal cargados de regalos para los hermanos de Beth. El anterior verano habían estado dos semanas en Escocia, en la casa de su abuela, que se comunicaba con la aldea donde vivía por un largo camino de tierra. Allí debían dormir separados y a Yago le costaba conciliar el sueño sin ella a su lado. Por las mañanas se despertaba en cuanto el sol asomaba, se vestía procurando no hacer ruido y salía a pasear por la zona acompañado de la pequeña y vieja perra de la abuela, una terrier negra como la obsidiana que respondía al nombre de Barbara. La niebla y el silencio les envolvían como una campana invisible, sus pasos sonaban como un ejército, el jadeo del animal parecía el de un niño gordo corriendo. El frío aire de las mañanas olía a flores que crecían en la sombra, a musgo, a hierba húmeda, a mundo perdido. La idea de volver a vivir en Barcelona le ahogaba. ¿Cómo iba a poder dormir sin Beth, cómo iba a respirar lejos de esos paisajes, cómo iba a relacionarse con los demás sin ser él mismo, sin ser extranjero?

La operación de su madre había sido un éxito, le aseguraron, se pondría bien; pero debería someterse a dos o tres meses de quimioterapia. Yago no podía evitar sentirse culpable; sabía que no tenía sentido



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